No sé cómo empezar este texto porque la frase que insiste en ser la primera se me antoja demasiado paradójica.
Intento darle el beneficio de la duda y la escribo pero no sobrevive; Las letras titilan un rato sobre la pantalla y como luciérnagas en medio de la noche vuelven a desaparecer.
No logro decirlo.
Las palabras se me vuelven un lago de agua difusa y las ideas, que nadan dentro como pececitos, no alcanzan a ver la luz.
Entonces me corrijo, me arrepiento, borro.
Pero lo único que me mantiene anclada a esta silla es la posibilidad de conversar con la idea de que hoy es muy difícil perder cosas importantes. Así que me rindo y vuelvo a escribir la frase:
Hoy es muy difícil perder cosas importantes.
Sostengo el aliento.
- Si dejo que las palabras existan por otro segundo más van a empezar a hacer sentido, me digo.
Pero no soporto otro segundo más porque apenas leo la frase sobre la pantalla escucho la voz de Martín Caparrós gritando desde el fondo de mi cabeza.
- ¿De qué hablas?, me acusa con ese acento tan argentino y esa mirada tan suya.
Hace menos de tres días, Martín y yo estábamos conversando, como se conversa con los autores de cabecera, a través de sus escritos.
Leía un anexo de su último libro “El fin de la era del fuego” y lo escuchaba pensar en letras sobre lo mucho que el mundo ha cambiado.
Caparrós tiene 65 años, yo apenas 28, pero ambos conocemos de memoria ese sabor a nostalgia que deja empezar a darse cuenta del afán que lleva el tiempo.
Haber leído a Martín y afirmar que hoy es muy difícil perder cosas importantes sería un descaro. Pero, haber leído, sentido y subrayado a Martín y aún así atreverse a afirmar lo mismo es mucho más que eso. Es todo más que eso.
Pero….
…¡Qué ganas de decirlo!
Qué ganas de enfrentarme al dilema y salir victoriosa.
Porque en el fondo sé que hay verdad en lo que escribo. Que aunque es falso, también es cierto que hoy es muy difícil perder cosas importantes.
Ahora tenemos cientos de memorias extendidas y miles de nubes que reciclan lo que nuestros cerebros desechan.
Antes no era así.
Antes tenías ocho años y en el corredor de la casa de los abuelos había una mesita sobre la que hibernaba un teléfono de rueda acompañada de una silla de cojín.
Antes en el cajón de esa mesita había una libreta rectangular, a rayas, pequeña, que guardaba los números importantes.
Antes había que estar cerca de la mesita para llamar a alguien, porque los teléfonos no tenían memoria.
Ahora, pensar en una libreta como único escudo contra el olvido de lo que amamos parecería más el argumento para un cuento de Cortazar que el recuerdo de una mujer que no ha llegado ni a los treinta.
Y es esa imagen, que no sabe si ser memoría o impulso literario, la razón por la que me enfrento a Caparrós y a las voces del dilema para volver a escribir:
Hoy es muy difícil perder cosas importantes.
Suponte que pierdes la primera conversación de un amor que todavía lloras, o el correo donde se despedían, o la foto en la que sonreían juntas a la cámara detrás de un espejo que reflejaba el mar.
Suponte que se te borra en un descuido o en un ataque de dolor.
Lo más probable es que te asustes, que por un instante te ahogues en la idea de que la has perdido para siempre.
Pero el salvavidas llega pronto. Porque con seguridad no te demorarás mucho en recordar que existe la carpeta de eliminados y que tienes un mes para recuperar el archivo. Y que aún si te pasa el tiempo y los píxeles “desaparecen” todavía puede que estén en la nube o que un hacker de oficina sin ventanas sepa cómo recuperarlos de una memoría binaria y etérea que nadie logra entender del todo.
Es eso lo que trato de decir. Tal vez no es tanto que hoy sea difícil perder cosas importantes, sino que hoy hay tantas cosas que podemos recuperar que se nos va desdibujando la línea de las que no.
Por eso no me parece raro que nos cueste soltar. Tenemos tantas cosas que sostienen nuestras pérdidas, -que nos permiten control zetearlas-, que desprendernos de la esperanza de que tal vez lo que desaparece de nuestras vidas solo se ha ido a otra parte y nos espera a una nube de distancia es aventurarnos en una misión titánica.
Hemos construido un universo donde las cosas habitan para siempre. Pero, con todo y eso, seguimos existiendo en el inevitable suceder de despedidas sin backup.
La contradicción es aplastante: cada vez es más difícil perder cosas importantes y al mismo tiempo cada vez las perdemos más.